Su gran pasión fue ayudar a familias necesitadas en otros tiempos y elaborar prendas de ganchillo para regalárselas a sus hijos, nueras, nietos y biznietos
Acendosa y afable. Su vida se ha apagado en un ‘santiamén’. Dúrcal ha perdido a Concepción Melguizo Luque, una de las vecinas más longevas, queridas y encantadoras del municipio. Ella vió la luz primera en 1923. Su marido, Francisco Valdés, falleció en 2000 a los 76 años de edad. Concepción estaba muy orgullosa de sus tres hijos: Juan Antonio, Francisco y Marcelo, y de sus tres nueras, siete nietos y seis biznietos. El valatorio ha tenido lugar en el tanatorio de la Funeraria ‘San Blas’ de Dúrcal, perteneciente a Manuel Castillo, de Albuñuelas. La misa corpore insepulto ha sido oficiada por el sacerdote don Jorge. En la iglesia se ha guardado en todo momento las medidas de seguridad para combatir el coronavirus. El encargado de enterrarla junto a los restos de su marido, ha sido Pepe ‘Durito’, empleado del Ayuntamiento.
Hasta hace pocos años la avanzada edad de Concepción no habia frenado su gran pasión: confeccionar colchas, cortinas, centros de mesa, toquillas, manteles y otras prendas tejidas con agujas e hilos de lana. Concepción aprendió a leer y escribir con su maestra Josefa López. También aprendió a coser y realizar primores con su madre, Concha, natural de Alhendín. A Antonio, el padre de Concepción, que nació en Dúrcal y se dedicó al transporte con un carro tirado por mulos y después con un camión, le encantó ver a su hija pequeña realizando labores de ganchillo muy preciosas y bonitas.
Certera en sus recuerdos, Concepción, relataba hace unos años junto a una de sus nietas, Lidia Valdés, que «a los ocho años de edad empecé a aprender a coser y cocinar. Después, siendo ya mozuela, confeccioné el ajuar de novia para la vida de casada. El ajuar consistió en ropa interior, sábanas, servilletas, mantelerías y otras cosas bordadas a mano. Mi ajuar, guardado en un arca, lo comencé a disfrutar cuando contraje matrimonio a los 26 años de edad con mi esposo, Francisco Valdés, ya fallecido».
Concepción, educada en la fe, rezaba el rosario todos los días. Ella solía encomendarse a Santa Rita y a San Blas, que por cierto la imagen del patrón de Dúrcal todavía sigue en la iglesia porque no pudo ser trasladada en procesión a su ermita por el confinamiento. Los cinco hermanos de Concepción ya no se encuentran en este mundo. Concepción adoraba a sus tres hijos: Juan Antonio, Francisco y Marcelo, a sus tres nueras, siete nietos y seis biznietos. Cuando sus hijos eran pequeños le hacía la ropa. Concepción trabajó en el campo, emigró a Alemania con su familia y cuando volvió a su tierra a los ocho años trabajó en una carnicería que montó en Granada capital. La carne que vendió procedía de los terneros que criaba y cebaba su familia en una finca. A pesar de realizar múltiples tareas, Concepción nunca dejo las agujas y la lana. Ella era muy cariñosa con la gente.
Concepción solía contar a su familia cuando en Dúrcal existían dos fábricas de la luz como así se decía, una la de don Antonio y la otra la de doña Juana; cuando dos mujeres vendían carbón para los braceros; cuando entraron los primeros vehículos al pueblo, uno de ellos de Serafín Fernández; cuando se acercaban algunas mujeres de Nigüelas y otra mujer de Lanjarón llamada Maravilla a vender queso y requesón; cuando una familia de Melegís vendía sillones de mimbre hechos a mano; cuando Rosa ‘La Rorra’ trajinaba de un lado para otro como recovera y como vendedora dulces con una cesta alargada de mimbre.
Concepción también solía recordar a «don Evaristo el médico, que era muy bueno con la gente y tenía un caballo para acudir a otros pueblos; cuando nos bañábamos en la acequia de ‘Maina’; cuando nos acercábamos al pilar de la plaza para llenar los pipotes de agua fresquita; cuando, y por turnos, pedíamos dinero para alumbrar a las ánimas benditas; cuando Paco Molina puso en la plaza un despacho de gasolina; cuando los niños acudían a ver la televisión a las casas de mis vecinas Teresa y Paquita; cuando Anica anunciaba casa por casa las misas de muerto; cuando al magistrado don Nicolás, que no podía andar, lo trasladaban subido en una burra hasta la parada del tranvía para que pudiese ir a su despacho de Granada, etcétera», aseguraba esta buena mujer, casi siempre con la cabeza en escorzo concentrada en las labores de costura.
Concepción, casi todos le llamaban Conchita, era muy religiosa. Su sola presencia emanaba un halo de respetoy de afectuosa cercanía. Todos los días rezaba el rosario y escuchaba misa en la televisión. También acidía a la iglesia. Concepción fue una gran trabajadora. A ella le encantaba que algunos de sus hijos la llevara a La Alpujarra, concretamente al cortijo de ‘La Haza Llana’ de Soportújar, para contemplar la naturaleza en el Parque Protegido de Sierra Nevada y recordar viejos tiempos, cuando su suegro labraba la enorme finca y su familia criaba ganado. A Concepción le encantaba ver la acequia de este lugar ébria de frecas fragancias a mastranzo, berros y helechos. Por los senderos abiertos entre hortales y besanas pasó gran parte de su larga vida. El campo fue su gloria.
También a Concepción le encantaba que la llevaran a la playa. Ella era también una gran cocinera. Todos los platos le salían de ‘rechupete’. Todos los años solía celebrar la Pascua de ‘Los Hornazos’ junto a su familia en un cortijo. Se sabía de memoria los números de teléfono de toda su familia. Gozaba de mucha memoria y mucha salud hasta hace poco tiempo. Conchita era una mujer muy buena y prudente, muy apegada a su familia y amante de la naturaleza. Una de sus grandes pasiones fue la costura. Hace unos años fue homenajeada en Dúrcal. En tiempos de estrecheces ayudó a gente necesitada. Siempre permanecerás en el recuerdo. Descanse en paz la madre de mi querido cuñado Juan Antonio Valdés ‘El de la Autoescuela’.
Noticia original en El Ideal