En este municipio del Valle de Lecrín, salvo este año debido a la crisis sanitaria del coronavirus, se vive intensamente la festividad de la Santa Cruz, engalanando y montando un gran número de cruces.
Desde tiempos inmemoriales ha existido una gran cruz de piedra en la barriada del Darrón de Dúrcal y otra junto a la ermita de San Blas. Según El Defensor de Granada antes de la actual Cruz del Darrón hubo otra más antigua. Era de piedra tallada. Debió ser una cruz clásica de caminos como la Cruz de Santa Elena de Padul o la Cruz de piedra de Melegís, situadas todas ellas en caminos reales de la época. La fiesta de la Santa Cruz de Dúrcal se vive intensamente, menos este año, debido a la crisis sanitaria del coronavirus. Esta y otras cruces que se montan todos los años en las calles y plazoletas de Dúrcal se engalanan con flores y se decoran con bonitos objetos tradicionales.
La Cruz del Darrón estaba sigue estando colocada en camino real de Granada a La Alpujarra, que antes de hacer la carretera en tiempos de Isabel II, subía desde el camino de Las Fuentes de Dúrcal, llegaba hasta la iglesia y se dirigía al Darrón. Aquí se dividía el camino en dos, precisamente en la plazoleta actual de la Cruz, uno buscaba la zona de Balina (por ‘Las Moreras’ más o menos) y otro camino iba hacia Nigüelas. Era un importante cruce de caminos, de aquí la situación de la Cruz antigua.
Aquella Cruz fue derribada en la II República. Más tarde, en tiempos de Franco, se hizo una nueva, la actual, ya diferente y de nuevo estilo. La hizo Jerónimo Terrón cuando regresó de América. Él vivía en la Plazoleta Pesetillas del Darrón, en la casa que luego le vendió a Barragán. Jerónimo era un buen albañil, le llamaban ‘El Arquitecto’. Existe una foto del año 1900 donde se aprecia la antigua Cruz del Darrón, perteneciente al Fondo Aspiazu y Archivo Municipal de Victoria Gasteiz.
El día 3 de mayo se conmemora la Invención de la Santa Cruz. El descubrimiento de la verdadera Cruz de Cristo tuvo lugar en el año 326. Es sabido que el Emperador Constantino había derrotado poco antes al tirano Majencio y, durante la batalla, había aparecido en el Cielo una cruz resplandeciente con la divisa In hoc signo vinces (Con este signo vencerás). Se dice que Cristo se apareció a Constantino y le ordenó que copiara aquel signo. El emperador lo hizo reproducir en oro, esmaltes y piedras preciosas, y encargó que lo bordaran en tela de púrpura para que sirviese de lábaro o estandarte imperial.
Posteriormente, Constantino derrotó a Licinio, emperador de Oriente, y mandó demoler en todo el territorio los vestigios del paganismo. Los gentiles habían construido sobre el Santo Sepulcro, en Jerusalén, un templo dedicado a Venus. Ordenó que sobre sus ruinas se edificara la iglesia cristiana. Su madre, la emperatriz Santa Elena, se trasladó a la Ciudad Santa y mandó excavar en el Monte Gólgota hasta hallar tres cruces. La emperatriz mandó traer a tres enfermos y los hizo acostar sobre las tres cruces. Uno de ellos sanó. Luego mandó traer tres cadáveres y sólo resucitó aquel que fue colocado sobre la misma cruz en la que el enfermo había recobrado la salud.
La mitad de la cruz se quedó en el nuevo templo de Jerusalén; la otra mitad fue enviada a Constantinopla. Allí mandó el emperador poner una porción en el interior de una estatua suya y envió otra porción a Roma. También se asegura que fueron hallados los clavos de la crucifixión. La emperatriz mandó engastar dos de ellos para colocar uno en la diadema imperial y el otro en el tascafreno del caballo de Constantino. El tercero lo arrojó al mar para calmar una tempestad. Pero el clavo no se perdió, sino que volvió flotando sobre el agua y Santa Elena lo regaló a la iglesia de Tréveris, siendo su arzobispo San Agricio.
Noticia original en Ideal.