Dúrcal anula sus famosas fiestas de San Ramón Nonato por el coronavirus

En este pueblo del Valle de Lecrín los festejos han venido comenzando con el tradicional desfile de gigantes, cabezudos, jinetes y carrozas.

Dúrcal, situada en la comarca del Valle de Lecrín, no va a celebrar sus famosas y divertidas fiestas (no patronales porque el patrón es San Blas) en honor a San Ramón Nonato por el coronavirus. Estas fiestas hasta el año pasado han comenzado con un gran desfile de gigantes, cabezudos, jinetes y carrozas acompañados por la Agrupación Musical y Majorettes Virgen del Carmen, de Dúrcal y del magnífico y veterano grupo local ‘Los Diablos Negros’, actuando montados en el remolque de un camión.

Dúrcal es un pueblo fascinante, maravilloso y de indudables contrastes visuales. Llanos, bancales, secanos, puentes (uno de ellos romano), baños sanadores, un río, montañas con misteriosas grutas, restos del pasado árabe o la cueva ‘encantada’ de ‘Vacamia’, también llamada de ‘Los Riscos’. Por esto y mucho más, no es de extrañar que cada vez más personas escojan este bendito lugar del Valle de Lecrín para disfrutar de todos sus encantos. Últimamente se ha puesto de moda realizar senderismo por la vera del río.

Dúrcal en otros tiempos fue tierra de emigrantes y vendedores de papas. Existe un dicho que dice que cuando los astronautas americanos pisaron por primera vez la luna se encontraron allí a ‘Los regalos’ pregonando, más solos que la una, papas a peseta el kilo. Asimismo, y fuera de bromas, hace muchos años, Rosa la ‘Rorra’, vendía por el pueblo y junto a las dos carteleras del cine chucherías acunadas en su cesta de mimbre. Pura, tirando del carrito pregonaba helado con una trompetilla. Manuel Padial se encargaba del cine. Ángela y el padre de Paquito, de sus estancos; Serrano mercaba jamones para revenderlos a los más pudientes de Granada capital. Maria defendía su posada. Antonio ‘El sastre’ y las modistas se empleaban a fondo para que todos los encargos estuviesen a punto para las fiestas.

Juan y Bautista y el otro Juan ‘El de la tienda’ se encargaban de sus talabarterías. Miguel vigilaba sus futbolines para que no le hiciesen trampa en las porterías con un trapo. Maria hacía tejeringos y freía papas. Los hermanos José, Ramón y Rafael confeccionaban sillas con madera de álamo y asientos de anea de la laguna de Padul y del río Guadalfeo de Órgiva. Mateo vendía botones, cremalleras, quincallas, etcétera. Rosario y Ana, en sus respectivas tiendecillas, partían bacalao con mucha destreza. Pedro, que tenía un coche muy pequeño que carecía de marcha atrás, se encargaba de los recibos de la luz. Alrededor de la plaza había espléndidos comercios, un quiosco y un despacho de gasolina. Funcionaban varios molinos. Gregorio Ortiz, Concha ‘La boticaria’, Diego y otros, vendían vino a granel. Francisco, ayudado por Fernando y Antonio, se encargaba del calzado para las fiestas y días laborables.

Juanico ‘El herraor’ hacía su trabajo después de ‘apañar’ y ordeñar a mano a sus vacas. ‘Pipa’ y Justo pastoreaban las cabras del vecindario. Un niño de la María `La Picanta’ q pregonaba tortas y bollos por las calles. José Valero, en silla provista de cuatro cojinetes, vendía vino de Albondón en su taberna de ‘El Darrón’. Juan, Diego, y otros, vendían y pregonaban rico pan con sus dóciles burras de pelo blanco. Escamez, ‘Pionono’ Bautista, ‘El Corona’ y un sin fin de taberneros se encargaban de las bebidas y de las olorosas tapas. Federico y sus hermanos, y otros ilustres carpinteros, de los trabajos en madera; ‘Bombea’ de la fragua. Candido, que también era zapatero, y sus demás compañeros, de la banda de música.

Don José Puertas se encargaba de la ‘eterna’ alcaldía y de dar clase en las escuelas nacionales junto a don Juan Tamayo, don Ramón, non Enrique, non Diego… Don Eugenio se encargaba de la iglesia. Blas, Antonio y otros compañeros de afeitar y pelar. El ‘Izforeño’ se encargaba del desaparecido palacio de don Celestino (que nunca tuvo que desaparecer). La familia Ferrer se encargaba de fabricar gaseosas y barras de hielo… Vicente Gutiérrez vendía guano y Gijón tenía una ferretería y vendía espejos, marcos y cristales. Penela y Ángel se encargaban de las confecciones. Blas confeccionaba serones y espuertas con pleita. Joaquín y Barragán pastoreaban y vendía carne. El ‘Niño la Virgen’ compraba fruta en el árbol. Otros se dedicaban al trasporte público como, y por ejemplo, Manolo ‘Fonda’. Agustín Melguizo coleccionaba sellos. Esta excelente persona, fallecido recientemente, llagó a ser alcalde andalucista de Dúrcal.

Artículo original en El Ideal.

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